Mezcla de arte y ciencia, de sensibilidad y experiencia… En eso se resume la práctica del masaje. El masajista se involucra en el cuerpo del masajeado, y es en ese acto, donde ambos alcanzan un estado de trance pleno y vital.
El masajista tiene la difícil tarea de descubrir los secretos que encierra el cuerpo. Debe aliviar, restaurar, vigorizar y solidificar los cuerpos de muchas personas.
Existen diferentes tipos de masajes de masajes, cada uno tiene diversas modalidades y aplicaciones. Pero todos coinciden en algo:
una parte trabaja, mezclando dinamismo y salud; la otra parte se entrega ya que está llena de dolor y agotada. La primera se encargará de trabajar para aliviar a la segunda.
Cabe destacar que el masaje no solo se aplica a cuerpos contracturados, con dolor, etc., sino que también se aplican a cuerpos vigorosos buscando así, aumentar y mantener las condiciones del cuerpo sano.
La mano, la herramienta
La herramienta del masajista es la mano. En ella se pueden ver y descubrir: signos, alusiones, mensajes y hasta el futuro. Pero lo más importante es el movimiento, magnetismo, sensibilidad y atracción.
Una mano provoca muchas cosas. Puede alterar el curso sensitivo de una persona: es decir puede llamar o rechazar, puede apretar o desahogar, rozar y acariciar, despertar esperanza y bendecir. Estas manos deben poseer una capacidad y sensibilidad, las cuales también debe tener su dueño.
La sensibilidad se obtiene mediante el ejercicio de la mente, interiorizándose en los fenómenos y aspectos extraordinarios de la Naturaleza. En cuanto a la capacidad, se adquiere a través del estudio, el éxtasis y la reflexión.
“El masaje es algo más que apoyar las manos o tocar el cuerpo, se trata de un contacto personal. Todos los masajistas emplean además de las manos, la voz, el conocimiento de la persona masajeada (lo que a veces se denomina psicología) y un cierto conocimiento de la medicina popular…” (Dr. Sydney Licht)




