La doctora Harriet Hall, en un artículo publicado en 2009 en la revista Skeptic Magazine, dio un claro ejemplo de lo que significa el Efecto Placebo. Se refirió a la historia de una paciente habitual de la sala de emergencias de su clínica, a la que llamó Jane D. Ésta solía llegar por las noches aquejada de fuertes dolores de cabeza y rogando que le suministrasen una inyección de Demerol, único fármaco que le aliviaba. Durante una de las noches, uno de los doctores en psiquiatría ordenó que le fuera inoculada una solución carente de cualquier componente activo: sólo agua salina. Al cabo de unos instantes, Jane D. experimentó una gran mejoría y pidió al doctor que le dijera el nombre de esa medicina. Quería conseguirla para su próxima crisis. Sin embargo, el doctor no pudo satisfacerla. Jane D. había sido víctima, o beneficiaria, del efecto placebo.
En otros casos se han hecho experimentos de efecto placebo con pacientes aquejados de leves trastornos mentales, como estrés o ansiedad. Con el fin de estudiar los efectos de un nuevo psicofármaco, determinados grupos de pacientes son escogidos para realizar estudios clínicos experimentales. Por ejemplo, en el caso de ansiolíticos como las benzodiazepinas, se suelen realizar experimentos para probar las bondades de versiones como el ketazolam. A pacientes que llegan a urgencias aquejados de crisis de ansiedad, se les suministra diferentes fármacos por grupos. La referencia con la eficacia final de los otros compuestos es la medida para conocer la validez del nuevo producto. Y, por supuesto, el placebo siempre está presente, curando a buena parte de los pacientes.
Diferentes expertos han hecho experimentos que resultan más que curiosos. Por ejemplo, no hace igual í¢â‚¬Ëœefectoí¢â‚¬â„¢ tomar una píldora placebo, o sea de nada, que inyectarse una solución de agua. No hacen el mismo efecto las pastillas de un color que de otro. También dependen del tamaño. Y lo más curioso de todo… o quizás no: hacen más efecto las más caras.