Las enfermedades depresivas durante mucho tiempo solo existieron para los individuos adultos, los niños y adolescentes se soslayaron de esos padecimientos mentales porque se consideraban que el cerebro no había alcanzado la suficiente madurez para padecer este tipo de trastornos, los investigadores con base en información teórica sustentaban que la depresión infantil no existía por lo tanto, se justificaba la falta de atención psiquiátrica destinada para los niños y el área específica como la actual paido-psiquiatría no estaba instituida.
No obstante, el mundo real demostró la existencia de niños deprimidos que llegaron en casos extremos al suicidio. Rebatiendo a la ortodoxia de algunos estudiosos con varios casos clínicos de psicología aplicada, se presentaron los primeros datos de la depresión infantil en la década de 1940, y posteriormente estudios valorados seriamente en los años 60’S, aceptados finalmente en la década de los 70’S constataron que la depresión infantil (DI) existía como una enfermedad mental, que daña a los pequeños en su conducta física, mental, emocional y psicológicamente. La DI se incluyó en el Nacional Institute of Mental Health, considerada como un concepto y entidad psicopatológico.
Definición dogmática y síntomas
La depresión infantil es definida como “La situación afectiva de tristeza mayor en intensidad y duración que ocurre en un niño”, la depresión mayor se manifiesta cuando lo síntomas permanecen más de dos semanas, un trastorno distímico se manifiesta en el estado de ánimo del pequeño más de un mes, la DI debe de ser diagnosticada por un paidopsiquiatra: el psiquiatra especialista en niños, debido a que los psicólogos suelen equivocar el diagnóstico por las enfermedades que enmascaran la sintomatología y generalmente confunden el diagnóstico y dañan aún más al pequeño.
Los síntomas característicos de la depresión infantil son: tristeza, irritabilidad, anhedonia, llanto fácil, cambios en el sentido del humor, sensación de no ser querido, baja autoestima, aislamiento, alteración en los patrones de sueño, modificación de los hábitos de apetito, alteraciones en el peso, disforia, hiperactividad e ideación suicida.
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